La asociación entre vejez e ideas como las de la soledad, la enfermedad y la tristeza parecen estar bastante presente en la sociedad en la que vivimos.
La imagen que se nos suele mostrar de las personas mayores es, en su versión más positiva, como ligada a un no excesivo sufrimiento, pero pocas veces se nos muestra como unida al disfrute y al bienestar.
Observar la publicidad, a la mayoría de las publicaciones de redes sociales, a los personajes de moda, etc. parece llevar siempre a la idea de que los años mejores de vida se encuentran en los que corresponden con la juventud, aquellos en los que todos desearíamos quedar para siempre.
Envejecer es algo que busca ser tapado bajo capas de falsa juventud, pues solo es bello lo que es joven y, por lo tanto, el avance hacia la vejez es alejarnos de esa belleza. Pero no solo es cuestión estética, pues también nos venden que esas personas guapas, admiradas por eso mismo, son las que viven una vida mucho más satisfactoria.
En mundo donde lo bello y la felicidad parecen ir de la mano, donde se ha generado la idea de que ambas realidades son lo mismo, todo lo que no encaje con lo primero solo puede conducir a la infelicidad o, lo que es lo mismo, solo será bonito y dichoso el varón joven, alto y musculado, y la mujer joven, delgada y con curvas.
Así, si la infancia es la edad de la inocencia y la juventud la de la plenitud, el resto de la vida es solo un declive continuo que finaliza en la vejez. Pero ¿esto es realmente así?, ¿la estadística nos dice que las personas somos felices en la infancia y juventud para ir perdiéndola conforme avanzamos en edad?
Algo distinto parecen decir los datos y, para explicar lo que estos indican, David Blanchflower acuño un término, la U de la felicidad, que nos viene a decir que la mayoría de las personas viven su bienestar tocando máximos en la infancia, para menguar en torno al final de la década de los 40, para ir aumentando progresivamente hasta volver a alcanzar picos elevados en la vejez.
Datos similares son encontrados en diferentes investigaciones. Por ejemplo, un estudio de Warwick, en Reino unido, viene a decir prácticamente lo mismo, que los extremos de la vida parece que son aquellos más dichosos, mientras que la mediana edad es en la que los índices de felicidad son más bajos.
Entonces, si lo que nos llega desde diferentes medios es que para ser felices debemos ser jóvenes y guapos, y, lo que nos dicen los datos, es que esto no es así, parece carecer de todo sentido seguir esclavizándolos con la idea de la juventud eterna, con la lucha encarnizada para permanecer donde, no solo es imposible, sino que tampoco debería ser deseable.
De lo que nos avisa la ciencia es que debemos revisar nuestra idea de la vida como lento descenso del cielo al infierno, para entenderla más como un viaje en el que las diferentes estaciones pueden aportar cosas distintas, donde las primeras y las últimas, si son bien vividas, pueden ser de las más provechosas.
Autor: Juan Antonio Alonso.