PUBLICACIONES EN REDES 2021 II

Tras explorar a lo largo y ancho, comencé a hacerlo en lo profundo.
La curiosidad humana puede conducirnos por diferentes direcciones y sentidos, ayudarnos a satisfacer la necesidad de conocer lo variado o lo específico, lo ajeno o lo propio.
Saber de diferentes lugares, personas y hechos, sin adentrarnos en el detalle, estimula la psique del que llega a ello. De igual manera, el penetrar en lo escondido, el viajar hacia el interior de un lugar, área de conocimiento o persona, es una empresa igual o más placentera.
Cuando hablamos de seres humanos, estás diferentes maneras pueden dibujar los distintos modos en los que nos relacionamos, desde aquellas que solo son motivo de conocimiento muy pasajero hasta aquellas en las que son dos los que se paran a verse y conocerse hasta el fondo de sus mentes.

Los años de inocencia, a los que algunos se aferran de forma casi desesperada, nos dicen que es posible vivir en el paraíso, donde todo es bienestar y lo que no lo es, no tiene por qué ser experimentado.

La realidad madura, la que experimenta el que dejó atrás esa ilusión inicial, nos dice que no se puede vivir a la carta, que no es posible quedarnos solo con la parte sabrosa del plato y que, consecuentemente, la vida es un menú cerrado en el que todo ha de ser tragado.

No, no puedo decir simplemente soy feliz. 

 

Ser una persona es mucho más que eso, soy mucho más que eso; también soy tristeza, miedo, culpa, esperanza, compasión, amor,...

 

El ser humano que se identifica con un estado de alegría inquebrantable solo muestra el deseo de ser una pequeña parte de lo que es. Un trozo que, por muy valioso, no deja de ser eso; una tesela del mosaico que lo forma.

Vivir como humano es estar envuelto en sentimientos diversos y a menudo enfrentados. Por esto, nombrar a la felicidad como única característica de nuestro vivir es simplemente desear ocultar aquello que no se desea y, a la vez, no poner en el lugar que corresponde a mucho de lo que hace que la codiciada felicidad sea posible.

La historia de lo que ocurrió, cada mente lo narra como lo  sintió. 

Para cada protagonista, la verdad del relato reside en gran parte en el sufrimiento y felicidad de lo vivido, no solo en lo ocurrido.

Un mismo hecho puede generar en diferentes personas emociones muy diferentes, lo que, sin duda, hará que lo acontecido sea interpretado de manera muy distinta.

Personalidad, valores, intereses,...., y demás características psicológicas de cada individuo, harán que muchos de los que compartieron un mismo espacio y tiempo recuerden los hechos en forma muy diferente y, por lo tanto, sus héroes y villanos  no tendrán que ser los mismos.

No siempre conocemos el destino antes iniciar el viaje. A veces tenemos que andar para saber hacia dónde ir.

Existen proyectos vitales que observamos claros, que podemos imaginar con una nitidez que no nos deja dudas de los pasos a dar para llegar a ellos. 

Pero esto no siempre es así, pues son muchas las ocasiones en las que solo podemos intuir parte de lo que queremos, necesitamos y encaja con nosotros, sin ser capaces de precisar de qué se trata.

La vida frecuentemente nos pone en una posición en la que las opciones son diversas, donde es imposible tener la claridad de que lo que hagamos nos hará sentir que la elección fue la correcta. 

Si siempre esperamos que nuestro camino esté iluminado y señalado con luces de neón, es posible que perdamos muchas sendas dispuestas a ser recorridas.

Serán numerosas las ocasiones en las que debamos perseguir huellas y rastros en la búsqueda de rutas idóneas. Aquí no habrá grandes carteles, sino indicios de que en el lugar en que estamos podemos ser nosotros.

Pocos tendrán la capacidad de entender tu dolor más íntimo.

Muchos menos serán los dispuestos a hacer el esfuerzo por llegar a él.

No les niegues la oportunidad a estos últimos, ayúdalos, pues para ellos eres muy importante.

Es algo obvio que cada persona tiene una historia de vida muy particular. Lo que hizo daño y el rastro que esto deja es diferente en cada individuo. Por eso, el sufrimiento de uno no es igual al de otro.

Ante el malestar de un semejante, algunos solo llegan a hacer  interpretaciones superficiales sobre la dimensión y naturaleza de este. Estos no profundizarán por no saber o por entender que el esfuerzo no es valioso ni, consecuentemente, necesario.

Sin embargo, existen aquellos que ponen toda su energía en ayudar a los que sienten como seres especiales. A veces tienen la fortuna de encontrar el camino para hacerlo, otras no. Por desgracia, en ocasiones no hallan la senda buscada porque el dañado es el que se la oculta.

Padres que hacen sentir a sus hijos que pueden vivir sin ellos, pero nunca solos.
Hijos que se sienten independientes y libres, pero siempre con un lugar al que volver.
Familias basadas en el apoyo y la estructura, lejos del dominio, la sumisión y la dependencia.
Entornos sanos que ayudan a cultivar bienestar.
Guías que ayudan a que nadie se pierda y que, a la vez, permiten que cada uno escoja su camino
Todos tenemos una versión ideal de nosotros mismos. La vida nos dice que es imposible alcanzarla, pero también que es necesario perseguirla.
Aferrarnos de manera rígida a la idea que marca cómo nos gustaría ser conlleva múltiples inconvenientes, pues no existe posibilidad de alcanzar dicha meta. Sin embargo, acoger de manera flexible lo que esta nos dice sí nos indicará una dirección vital valiosa.
Con los años, algunos tienen la suerte de llegar a entender que demostrar a los demás su inteligencia, fuerza, poder,..., es nada en comparación con lo que supone hacer sentir su humanidad.
Las relaciones importantes se forjan en el entendimiento, cuidado y apoyo mutuo. Es ahí donde se alimenta algo grande y duradero.
Parece lógico pensar que lo que tiene que ver con unirnos al otro se sustente en comportamientos que puedan llevar a ello; los que invitan a compartir, colaborar, ayudar,...
Diferente es cuando no se busca la conexión y sí otros fines como el dominio o la defensa. Aquí, el demostrar la superioridad tendrá toda razón de ser.
Resulta sencillo entender que una cosa es buscar la unión y otra la separación. Cuando esto es olvidado y confundimos lo uno con lo otro es muy probable que comentamos importantes errores que puedan llevarnos a buscar el acercamiento haciendo lo encaminado a lo opuesto. Obviamente, hacer lo contrario de lo necesario nunca puede conducir a lograr el objetivo perseguido.
Expresado en forma de sencilla, buscar generar relaciones de calidad comportándonos de una manera que tiende a romperlas nunca nos llevará a un resultado óptimo.
Los placeres inmediatos nos dan satisfacción potente, pero efímera.
Los proyectos, relaciones y aprendizajes a largo pazo nos ofrecen un bienestar sutil, pero mucho más constante.
Así, lo que vivimos al comer, comprar o experimentar esa sensación deseada, será algo muy intenso, aunque no prolongado.
Esa satisfacción con nuestra carrera profesional, negocio, relación personal,..., será suave, pero presente constantemente.
Confundir situaciones que nos pueden dar una u otra suele generar una gran frustración. Pues imposible es hallar en determinados medicamentos lo que es propio de otros.
De igual forma, es importante tener en cuenta que ambas, en su forma son importantes. Una nos ofrece la base, la guía, el sentido; la otra chispa, energía, motivación rápida.
La autocrítica puede ser una vía de conocimiento que nos lleve hacia la mejora o un pozo de oscuridad de fondo muy profundo.
La manera en la que nos relacionamos con esa parte nuestra que nos señala defectos propios y formas mejores de actuar es crucial para que está sea sana o, por el contrario, cruel y dañina.
Al aparecer, si nos entregamos a la crítica despiadada y nos dejamos llevar por la espiral negativa de castigo que esta conlleva, estaremos contribuyendo a nuestra propia destrucción.
Cuando somos capaces de sacar nuestra atención de esa parte sombría y llevarla a otra más luminosa, esa que nos permite analizar y ver en qué manera podemos mejorar, aceptando lo que no, hacemos de la autocrítica una gran aliada, un motor para el desarrollo.
No es lo mismo hacer algo con una persona porque esta te hace feliz, que hacer algo con esa misma porque lo que te hace feliz es que ella lo sea.
En las relaciones humanas podemos confundir dos maneras diferentes de vivir lo que llamamos querer. Las cuales, aunque a veces pueden ser similares externamente, no lo son en su raíz.
Una de ellas es más primitiva y se podría decir que más egoísta. Hacemos por el otro porque eso nos hace sentirnos bien, un bien intenso y arrebatador.
En el otro modo, lo que sentimos no se vive con igual potencia, pero sí más prolongado, duradero y profundo. En este, lo que experimentamos está directamente relacionado con la posibilidad de que sea el otro el que crece y se beneficia de nuestra presencia.
Las dos formas no son excluyentes y lo sano es que estas estén presentes en diferente medida conforme las relaciones avanzan.
La forma primera, la que podríamos denominar más básica, es normal que tenga más peso en las fases iniciales y que, sin desaparecer, deje paso a la otra más profunda conforme todo de desarrolla. El problema es cuando esto último no sucede y todo se sustenta en lo intenso y superficial.