terapia analítico funcional

La Terapia Analítico Funcional puede considerarse una terapia o, quizás de forma más acertada, una manera de entender el tratamiento de los problemas psicológicos que  complementa y enriquece a de todas las que, dentro del apartado de enfoque terapéutico, se exponen en esta web; destacando, del grupo mostrado, la más conocida y utilizada, la Terapia de Aceptación y Compromiso. Así, sin riesgo de equivocarnos, sería acertado decir que la combinación de ambas se conjuga de una manera muy precisa y que, al usarse de manera conjunta, las dota de una potencia mucho mayor que la que pueden tener por separado. Igualmente, la unión  no sólo las hace mucho más eficaces, sino también  más comprensibles para el terapeuta y adaptables a los diferentes casos que a este se le pueden presentar. Por esta razón, son numerosos los expertos que recomiendan claramente el uso combinado de las dos formas de trabajo.

La aplicación práctica  de la Terapia Analítico Funcional se realiza  a través de la conversación. En esta, el terapeuta utiliza la interacción con el paciente como espacio en el que modelar las conductas verbales de este último y, más allá, lograr que los cambios provocados sean generalizados. En otras palabras, mediante el habla, el psicólogo busca modificar los hábitos mentales negativos de su interlocutor, aumentar los positivos y fomentar el conocimiento que este tiene sobre ambos. Todo esto, partiendo de los conocimientos sobre las leyes del aprendizaje que nos dicen que lo adquirido en el despacho, tras ser aplicado en muchas ocasiones a numerosas formas de relacionarse el paciente con sus pensamientos y emociones que comparten un mismo fin, será usado de igual manera en su vida cotidiana.

Esta terapia, por tanto, exige al terapeuta un estilo conversacional muy activo y dinámico en el que, de manera continua, debe estar muy atento a todo lo que dice y hace el paciente, siempre con el fin de detectar las conductas problema que deben de ser reducidas y las deseables que, por el contrario, deben ser reforzadas. De esta forma, la relación entre los dos miembros que intervienen en las sesiones, psicólogo y paciente, se marca como esencial; si no es fluida es imposible que puedan aplicarse los principios de la terapia e, igualmente, si se aplican estos la relación debe trascurrir de una manera genuina y profunda. Punto este último que confiere a la terapia un valor añadido extraordinario, ayudando a generar de una manera deliberada algo esencial para que cualquier trabajo psicológico pueda llegar a resultar eficaz.

Otra aportación muy importante de este enfoque es que la nombrada relación terapéutica es analizada de una manera muy precisa, planteando en este punto un modelo que determina con detalle los componentes que deben de ser trabajados para que, no sólo mejore esta,  sino que también sirva como una aprendizaje que el mismo paciente pueda después usar en su vida cotidiana y, por lo tanto, le sea de utilidad para  muchas otras conductas que pueden servirse de un modo de relación con el otro muy profundo; uno  en el que se llega a adquirir un grado de intimidad real, intenso y consciente.


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