La sociedad contemporánea tiende a asociar los problemas psicológicos con eventos o experiencias que son abiertamente traumáticas. Abusos, negligencia, maltrato o pérdidas significativas suelen considerarse los culpables más obvios de las dificultades emocionales y mentales que una persona puede enfrentar en la adultez.
Sin embargo, la realidad no suele ser la indicada y, al analizar más profundamente la naturaleza de nuestras dificultades psicológicas, nos damos cuenta de que, en la mayoría de los casos, los traumas no son tan evidentes ni explícitos. Este fenómeno se explica, en parte, a través de las teorías psicoanalíticas, las cuales sugieren que nuestras heridas más profundas no siempre provienen de hechos dramáticos y visibles, sino de situaciones más sutiles, ubicadas en etapas tempranas de la vida.
El psicoanálisis, como corriente fundamental para entender la psicología actual, ha destacado de manera prominente el complejo de Edipo como una fuente primordial de trauma. Este hace referencia a una fase crucial del desarrollo infantil en la que el niño experimenta sentimientos de deseo hacia un progenitor o figura de crianza y rivalidad con el otro.
Si bien el conflicto que se desencadena en el complejo de Edipo es una parte normal del desarrollo, la forma en que se resuelve este conflicto tiene un impacto duradero en la psique del individuo. Es decir, aunque la infancia de una persona pueda parecer a simple vista completamente normal, carente de eventos traumáticos evidentes, en la mente del niño esta ha sido experimentada como una fase plena de tensiones, la cual no pasa sin más, sino dejando una marca indisoluble que siempre le acompañará.
Esta etapa vital siempre deja huellas importantes, las cuales se muestran constantemente en cómo nos relacionamos con la familia y los amigos, en nuestras relaciones de pareja, en nuestra capacidad para manejar la autoridad, etc. Además, por desgracia, con frecuencia también lo hacen de un modo más dramático y perjudicial a través de diferentes síntomas psicológicos.
El trauma que se desencadena alrededor de los tres y cinco años está vinculado a la nueva realidad que debe asimilar el niño, donde pasa de un mundo idílico en el que siente satisfecho el deseo hacia la figura materna a otro en el que este se ve limitado. En este periodo, surgen figuras cruciales como la paterna, encargada de imponer límites, y la de los hermanos, encarnando la competencia; la cuales, en interacción constante con el menor, dan lugar a procesos psicológicos dolorosos, pero necesarios para el desarrollo.
En este sentido, el psicoanálisis ofrece una explicación que va más allá de la simple narración de hechos dolorosos. Nos habla de cómo la mente, que está iniciando su andadura en esta vida, es muy sensible a las relaciones que tiene la persona con las figuras de crianza y de cómo, en su necesidad de formar una estructura sobre la que poder asentar todo lo que vendrá después, genera una manera de entender su relación con los demás y con ella misma que nunca será abandonada en su totalidad. Además, también nos dice que esta fase, aunque sea traumática y pueda provocar síntomas en el futuro, es totalmente necesaria de ser vivida, pues de no ser así, las consecuencias serían devastadoras.
En conclusión, los problemas psicológicos no siempre están vinculados con traumas evidentes, sino que, en muchos casos, radican en experiencias de la infancia que, aunque normales en apariencia, son difíciles de reconocer a simple vista. El complejo de Edipo y la manera en que se resuelve este conflicto interno determinan la forma de enfrentar la vida y, además, también pueden dar lugar a una serie de dificultades emocionales y conductuales que afectan de un modo muy significativo a todas las actividades de la persona.
De esta manera, si nos centramos únicamente en los traumas visibles, corremos el riesgo de pasar por alto las sutilezas de la psique humana y las fuentes más profundas de nuestro sufrimiento. Esto deja claro que la verdadera comprensión de las dificultades psicológicas requiere mirar más allá de lo explícito y profundizar en las experiencias no visibles desde nuestros ojos de adulto y sí desde la mirada del niño que todos fuimos.
Autor: Juan Antonio Alonso.
Escribir comentario