Estar enamorados de una persona, de alguna manera, implica admirarla. Se puede decir que, tanto ante el sentimiento romántico más vehemente y pasional, como en el más calmado y maduro, existe un pensar y sentir al otro de una forma en la que este es alguien que en muchos aspectos nos supera o, si no queremos usar esta expresión, es percibido como un ser humano que tiene muchas cualidades envidiables o no fácilmente alcanzables por la mayoría de seres humanos.
Obviamente, no todos prestarán atención a los mismos atributos ni todas las cualidades serán valoradas igualmente por la mayoría. Determinados aspectos del intelecto, capacidades físicas, valores personales determinados,…, la lista que incluye a aquello que puede ser visto por la pareja como algo digno de ser tenido como objeto de asombro puede ser grande, pero podría ser resumida en ser percibidos como los más fuertes, sabios y amables.
Esto último, recogido de lo expresado por Powell, Cooper, Hoffman y Marvin (2013) en referencia a la actitud ideal del cuidador respecto a los menores cuidados, podría ser extrapolado al mundo de la pareja. Eso sí, teniendo en cuenta una gran diferencia que, a su vez, implica muchas otras, la cual está asociada, como no puede ser de otra manera, a que estamos hablando de dos realidades diferentes.
Con la intención de explicar cómo esto último conecta con el mundo de las relaciones y ayudar a esclarecer sus peculiaridades, comenzaremos por explicar que se quiere decir exactamente con los términos usados por los autores nombrados. Esto no hace referencia a que literalmente debamos de ser de la manera señalada, sino, más bien, a que lleguemos a hacer sentir al otro que podemos apoyarlo, sostenerlo, darle soluciones, ofrecerle caminos, ser capaces de mantener la calma cuando la situación lo requiera, etc. Capacidades todas que tienen que ver con ser ese hombro en el que apoyarse, ese refugio en el que refugiarse o ese trampolín desde el que impulsarse.
Estas cualidades que, sin duda, son esenciales en la interacción entre padres e hijos u otras figuras de crianza, también lo son en las parejas, aunque con una gran distinción, ya que, mientras en el primer caso todas van en una misma dirección, en el segundo es bidireccional. En otras palabras, en el caso de los infantes, estos son los que deben admirar a los adultos, los cuales deben ofrecer seguridad. Sin embargo, en la otra situación la cosa se complejiza, pues son las dos partes las que deben de percibirlo mutuamente.
De alguna manera, podemos decir que en las relaciones sentimentales nuestra mente tiende a valorar al otro de un modo muy similar a como lo hizo en nuestra infancia con nuestros padres u otras personas que hicieron de cuidadores, como a alguien fuerte, sabio y amable. Pero, a diferencia de lo que nos ocurrió en etapas tempranas de nuestra vida, ahora, esa otra persona con la que compartimos parte de nuestra vida también nos ve así.
Por último, es importante señalar que, ante la necesidad de que esa admiración sea mutua, dada la circunstancia de que uno de ambos cambiase la percepción del otro en este tema, la relación entraría en un deterioro que muy posiblemente la conduciría hacia su finalización. Todo esto, sin duda, puede ofrecer muchas claves a tener en cuenta a la hora de vivir la pareja, pues, de no ser cuidadas las actitudes que mantienen esto, con mucha probabilidad lastrarán la relación.
Lista de referencias.
Powell, B., Cooper, G., Hoffman, K., & Marvin, B. (2013). The circle of security intervention: Enhancing attachment in early parent-child relationships. Nueva York: Guilford.
Autor: Juan Antonio Alonso.
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