Cuando hablamos de discusión, lo hacemos de escaladas verbales o, lo que es igual, de una forma de intercambio comunicativo caracterizado por el uso de una larga serie de lo que podríamos denominar ataques, contraataques, defensas y actos de huida, expresados de manera concatenada y alterna. En estas, además, el tono emocional de los que las ponen en práctica va aumentando progresivamente, pasando de un leve enfado en el inicio hasta estados más extremos como la ira, la agitación máxima o el llanto conforme estas van avanzando. Lo más frecuente es que esto se dé entre dos personas, pero no se excluye la posibilidad de que intervengan un mayor número.
Para poner en nuestra mente de manera rápida el fenómeno del que estamos hablando, basta con usar como ejemplo alguna disputa verbal improductiva que hayamos podido observar entre gente que se enzarza por temas de política, deporte u otra cuestión en la que sus posiciones sean bien diferentes. Más gráfica aún para el tema que aquí traemos sería cualquier momento vivido con nuestra pareja, presente o pasada, caracterizado por intentos estériles, cansados y dañinos de llegar a puntos de acuerdo mediante conversaciones en las que se acabó hablando vehementemente sobre cuestiones en las que nunca llegamos ni siquiera a acercarnos a esos puntos comunes anhelados.
En este tipo de luchas es muy característico que ambas partes señalen los defectos del otro y lo que ese mismo debiera haber hecho en un tiempo pasado de manera diferente, acompañado esto de un lenguaje no verbal y paraverbal agresivo: volumen alto, ceño fruncido, aspavientos, … Las conductas dirigidas de este modo, las cuales podríamos denominar ataques, suelen ir acompañadas de contraataques o, lo que es lo mismo, replicas que emite el receptor al primer emisor, en las que igualmente se le señalan las características personales o acciones no correctas.
También son frecuentes las justificaciones o intentos de ofrecer argumentos poderosos que de manera totalmente fallida intenten convencer al otro de su no razón.
Otra forma perjudicial es la de la huida o abandono de la escena. Aquí, ante la ausencia de uno de los interlocutores, se desarma la posibilidad del otro de cualquier ataque, pero también deja ante la impotencia de no poder usar defensa alguna. Esta forma de enfrentar los desacuerdos no lleva a abordar las diferencias y, por el contrario, a lo que conduce es a intensificarlas.
Ante conductas así, lejos de que la pareja trabaje en la búsqueda de puntos cercanos que ayuden a mitigar el dolor mutuo, lo que se generan son nuevos focos de conflicto, a la vez que aquellos que están en el origen no sean tratados y, por tanto, sigan actuando y dañando.
Las largas disputas son el escenario ideal para que los que están implicados en estas lleguen a generar un gran dolor. Aquí, además del malestar que ya supone sentir que el otro no hace nada para conectar con el daño propio y sí que este muestre un estilo en el que su valía personal prima sobre la relación, la situación queda presta para que puedan generarse heridas muy profundas.
En la pareja, este tipo de escaladas son vistas con frecuencia y son propias del proceso conocido como polarización. En este, ambos integrantes, en lugar de trabajar por acercarse a las dificultades ajenas, lo que hacen es defender vehementemente sus posturas, abanderando lo que para ellos es la verdad y, por lo tanto, moviéndose de manera progresiva a posturas cada vez más radicales. El resultado de esto es la acumulación de resentimiento y la desconexión progresiva de ambos.
En definitiva, esta forma comunicativa no solo no ayuda a resolver el dolor que pueda ser infligido por un miembro de la relación al otro o por los dos, sino que, además de dejar intacto ese daño inicial, provoca una corriente de nuevo sufrimiento que multiplica el efecto al primero. Así, con la falsa apariencia de intentar avanzar en la resolución de los problemas, donde se llega es a escenarios en los que se logra todo lo contrario, a la creación de nuevas dificultades a menudo muy importantes y a hacer que las ya existentes adquieran gravedad.
Autor: Juan Antonio Alonso.