Todos los profesionales que se dedican a ofrecer servicios enfocados en ayudar a otras personas a solucionar los problemas que puedan tener, de manera general, se enfrentan a dos objetivos simultáneos. Por un lado, deben dar aquello que se les requiere para que la dificultad que le plantean sus clientes, pacientes, usuarios,…, sea solventada. Por otro, no pueden perder de vista a las emociones y pensamientos de aquellos que solicitan sus servicios y, consecuentemente, la relación que ambos mantienen. Ahora, dependiendo de las dificultades que sean tratadas, una parte cogerá más o menos peso.
En los diferentes ejemplos que se pueden plantear es fácil ver como la importancia de una de las metas fundamentales variará respecto a la otra en función de aquello que se intenta resolver. Así, no es lo mismo un técnico que se dedique a reparar algún tipo de maquinaria que un psicólogo que deba de buscar soluciones a problemas psicológicos. Por supuesto, en ambos casos, si desean ser buenos profesionales, debería tenerse en cuenta el aspecto psíquico de los clientes, pero, en el segundo la cuestión será de mucha más importancia que en el otro. De hecho, en estos últimos es donde quiere poner la lupa este artículo, porque aquí el asunto es bastante complejo y ha sido tratado de forma diferente por diversos profesionales de este ámbito.
Atendiendo a diferentes tradiciones psicoterapéuticas, podemos ver dos formas de entender la atención que tiene mucho que ver con las dos realidades ya descritas. En efecto, se podría hablar de un perfil de terapeuta más centrado en ofrecer soluciones técnicas, el cual mantiene cierta distancia con el cliente y una actitud que, según Carveth (2020), podría considerarse obscurantista en muchos casos. Mientras, en el otro extremo, se podría ver otra forma de entender la psicoterapia en la que la relación es la esencia y, por tanto, el que se dedica a esta tiene que acercarse al cliente de una manera auténtica, de forma que la distancia se difumine y se pueda dar paso a la creación de un vínculo real.
El peso dado a un elemento u otro dependerá de varios factores, uno de ellos será el enfoque psicoterapéutico usado, otro, sin duda, el que tiene que ver con las características propias del profesional. Esto incluye la propia evolución dentro de su labor, pero también otros elementos esenciales como son sus propios patrones de apego, capacidades metacognitivas, ciertos rasgos de personalidad, etc.
En lo que tiene que ver con los modelos teóricos en los que se sustenta la práctica, son muchos los que en las últimas décadas han ido acercándose de manera progresiva a dar mayor valor al segundo de los perfiles descritos y alejándose cada vez más del primero. Esto puede verse de forma muy clara en la corriente psicoanalítica y en la evolución de las terapias que se sustentan en la teoría del apego. Por lo tanto, según la corriente a la que se agarre la persona encargada de ofrecer la ayuda, será más probable que gire hacia una manera de hacer u otra.
La otra parte esencial a tener en cuenta son las características personales del psicoterapeuta. De una manera extremadamente resumida, podríamos decir que existen personas que muestran mucha facilidad para observar diferentes puntos de vista, conectar con estados emocionales del otro, regularse conforme a estos, etc., lo cual se relaciona, según donde miremos, con conceptos como el de agradabilidad, inteligencia interpersonal, capacidad de mentalización,... Mientras, existen otros a los que esto les resultará más complicado y, por lo tanto, quedarán agarrados a formas de pensar propias, lo que hace muy complicado desarrollar una relación que sea percibida como real.
Estos dos perfiles, el del profesional distante que analiza el problema como un mecánico que observa a la máquina que está averiada para dar una indicaciones concretas que ayuden a la persona a arreglar su problema y el otro, el de aquel que trabaja a través de una relación profunda, sobre la que sustenta su labor, a pesar de parecer totalmente excluyentes, no tienen por qué serlo totalmente. En palabras de Bueskens (2014), << el terapeuta debe estar lo suficientemente alejado para responder objetivamente, pero lo suficientemente involucrado para transmitir y mantener una implicación profunda en el crecimiento y el bienestar del paciente >>.
En definitiva, parece que estos dos estilos tienen cosas beneficiosas que aportar y que, de alguna manera, es esencial que el mismo psicoterapeuta sepa manejarse en los dos. Eso sí, esto no quiere decir que el peso respectivo de ambos tenga que ser el mismo, pues, además de que es imposible mantener un porcentaje exacto en todos los casos y momentos, muy probablemente no resultaría eficaz. Sí parece, a modo de hipótesis digna de ser puesta a prueba, que el peso ideal de cada uno de los perfiles variará de unos casos a otros, del estado en el que estos se encuentren y, sobre todo, de otras cuestiones ya nombradas como el enfoque en el cual esté formada la persona y sus propias características personales.
Referencias.
Bueskens, P. (2014). Is Therapy a form of Paid Mothering? En Mothering and Psychoanalysis: Clinical, Sociological and Feminist Perspectives (pp.85-113). Bound, Canadá: Demeter Press
Carveth, D. [Don Carveth].(2020, enero 19). Transference neurosis: part 2. Against oscurantism. [Archivo de vídeo]. Recuperado de https://youtu.be/vEwGAUs9Oao
Autor: Juan Antonio Alonso.