El ser humano es una especie que no puede ser entendida sin su carácter social. Al compararnos con otros animales esto se muestra de manera muy clara y difícilmente discutible. Puede decirse que pocos nos superan en lo que tiene que ver con nuestra necesidad de relacionarnos. Somos seres que, sí o sí, debemos tener a otros para poder salir adelante. Sin esto la supervivencia es imposible en los primeros años de vida y extremadamente costosa y solo accesible a unos pocos en la adultez.
Este impulso que nos empuja a conectar con el otro puede observarse a diferentes niveles. Así, si ponemos nuestra atención en un ciudadano medio, a simple vista veremos que este usa habitualmente un medio de conexión a escala mundial como es internet, sin el cual, aunque su vida sería posible, resultaría mucho más complicada. A la vez, si nos adentramos en una escala más personal, seremos conscientes de algo mucho más intenso, lo que tiene que ver con estar conectado con determinadas personas consideradas especiales; padres, hermanos, hijos, amigos,…
Hoy día somos conscientes de que, dentro de la red de relaciones que mantenemos, algunas de ellas tiene mucha más importancia que otras. Salvo excepciones dramáticas que suelen acabar con resultados desastrosos, para la mayoría de nosotros, la figura de la madre es la de la primera persona con la que tenemos una relación, la cual, además, se convierte en esencial de por vida. Con esta no nos referimos necesariamente a la persona que biológicamente nos dio a luz, sino que hablamos del cuidador o cuidadora de nuestros primeros años, aquel o aquella que nos ofreció cuidados, protección y afecto. Esto, si bien suele ser realizado en la mayor parte de ocasiones por la mujer en cuyo vientre se gestó al menor cuidado, no tiene por qué ser así, por lo que aquí podemos encontrar a padres, madres adoptivas, abuelos, etc.
La figura maternal es esencial en los primeros años de vida, pero esto no queda ahí, nunca pierde importancia, ni de manera explícita ni de una manera mucho menos obvia. Con la forma más clara nos referimos, como no puede ser de otra manera, a que esa persona que ejerce como cuidadora o cuidador principal sigue siendo importante siempre. En otras palabras, toda persona con un buen vínculo con aquel o aquella que ha permitido su crianza lo mantendrá y, por tanto, este seguirá siendo de un valor capital. Ahora, también son muchas otras formas no tan claras en las que una madre sigue estando presente.
Si usamos la terminología propia de la teoría del apego, podemos ver que un cuidador que ha generado en la persona cuidada un patrón de apego seguro siempre mantendrá de una manera subconsciente o consciente a esa persona junto a él. Esto, siguiendo el mismo enfoque señalado, no es que ocurra por arte de magia, sino a través de lo que se conoce como modelos operativos internos o, si lo queremos decir de otra manera, por pensamientos, emociones y formas de actuar que quedan impresas profundamente en la psique humana a través de la relación con los cuidadores más importantes.
Además, los seres humanos encontramos a lo largo de nuestras vidas a otras personas que, de una manera que puede no ser obvia, ejercen una función parecida a la de aquella que hizo el papel de madre y que, consecuentemente, nuestra mente las experimenta de una forma muy similar. Esto puede ocurrir fácilmente, por ejemplo, con parejas sentimentales, sacerdotes, mentores o amigos con los que se tiene una especial intimidad, o un psicoterapeuta en una de las formas de hacer psicoterapia que ya se señalará en otro artículo.
Por último, cabe señalar que aquí nos hemos limitado al papel de la madre en la distancia corta, en la de la relación de una persona con otras más cercanas, pero esta también es posible ser vista una manera aún menos clara. Así, una entidad como una universidad, empresa, club, la patria, el planeta,…, podría hacer que de alguna manera la persona conectase con esa madre, aunque aquí, con mucha probabilidad, con menos intensidad que los casos anteriores. En definitiva, esta figura es esencial y está implicada de un modo continuo y profundo en nuestras vidas, de tal manera que es imposible entender al ser humano sin ella.
Autor: Juan Antonio Alonso.
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