No podemos querer por obligación. Las emociones implicadas en lo que conocemos como amor romántico no aparecen de manera voluntaria, vienen dadas por un conjunto de procesos que en gran parte son inconscientes y muy arraigados en nuestra personalidad.
Aunque la base de esta realidad es no consciente, los comportamientos que todos solemos mostrar cuando estamos bajo el influjo de todo esto son diferentes. Aquí, como es lógico, sí que podemos crear y modificar algunas formas de pensar y de actuar, lo que resulta muy importante, no solo cuando las dos personas se procesan un enamoramiento recíproco, sino también cuando esto no es así.
En la última parte nombrada, la que tiene que ver con la no correspondencia emocional, es donde se pretende aquí poner el foco y, de manera más concreta, en puntualizar aquello que se puede hacer para que se genere el menor dolor posible y, de alguna manera, vivir situaciones de este tipo de una forma lo más sana posible.
En este terreno, una posibilidad es que alguien nos ame y que nosotros no. Aquí, el hecho de intentar forzar y lograr que aparezcan las emociones buscadas no será fructífero. De otra manera, si pasado un tiempo no aparecen los diferentes componentes que, según diferentes modelos, componen lo que conocemos por amor, esto no se dará y, por lo tanto, todo intento será en vano.
En el caso señalado, el tiempo es algo importante; no se trata de que toda la emotividad deba de emerger súbitamente, aunque tampoco lo hará si pasa un cierto tiempo sin que esta haga acto de presencia dadas las circunstancias precisas. En este punto, hemos de tener en cuenta cuestiones como el hecho de que la persona no esté totalmente accesible por estar en otra relación, no tener apenas contacto, la existencia de un conocimiento muy superficial, etc. Eso sí, si superadas estas barreras, se prolonga la relación y no aparece lo anhelado, difícilmente lo hará.
La otra situación posible es que nosotros sí amemos a otra persona y que esta no lo haga. Como es obvio, lo acontecido será similar, así, por mucho esfuerzo que podamos poner, no lograremos alcanzar que nazca en el otro los sentimientos que nosotros sí tenemos.
En ambos posibles escenarios, aunque no es posible controlar las emociones aparejadas al amor, sí podemos hacer diferentes acciones para que todo sea llevado de una manera más sana y adaptada.
En el caso de que otro sea el que cayó en la desgracia de no ser correspondido emocionalmente, sería útil no llevar a cabo actos crueles como la manipulación, el ataque o el aprovechamiento de cualquier tipo y, por el contrario, sí otras acciones como el ofrecer tiempo para la expresión, ser amables, dar apoyo,..., en definitiva, mostrar empatía.
Del otro lado, cuando seamos nosotros los que no obtenemos el amor buscado, podemos evitar muchos patrones de pensamiento que no nos ayudarán a digerir el dolor. Así, por una parte, el no excedernos en el desarrollo de pensamientos y conductas asociados a la rabia y, en cambio, el parar y sentir el malestar aparejado a no ser queridos, ayudará a avanzar. Igualmente, el no implicarnos en fantasías que conectan con la ilusión de que esto pueda revertirse, también irá en beneficio de aceptar la pérdida.
No se quiere expresar en este último párrafo que la rabia o la ilusión sean necesariamente malas, más bien que son mecanismos que, en su justa medida, ayudan a amortiguar el dolor inicial y, por tanto, pueden ser de gran utilidad. Otra cosa sería el fomentarlos de una manera casi indefinida, lo cual llevaría a impedir hacer un duelo y, por lo tanto, a no avanzar de manera funcional en la nueva situación vital.
Para finalizar, además de lo comentado, es bueno tener en cuenta una última cuestión. Todos solemos estar alguna vez en uno de los dos lados, el del amante no correspondido y el del amado incapaz de hacer lo mismo. Por tanto, la paciencia en ambas situaciones y el afrontarlas como parte esencial de la vida sentimental es esencial.
Autor: Juan Antonio Alonso.