En las relaciones de pareja, como no puede ser de otra manera, existen muchas situaciones en las que uno de los dos miembros hace daño al otro. Como en cualquier relación humana, el dejar de provocar malestar a otra persona e intentar paliar el dolor provocado son bases para que las personas puedan convivir de una manera sana. Dicho así, el esquema para lograrlo parece sencillo, prestar atención al dolor del otro e intentar hacer lo posible para que este disminuya. Siguiendo la idea, un componente deberá poner la intención necesaria para conectar con lo que el otro siente y, a continuación, para hacer el trabajo necesario que permita ayudar a que el otro pueda estar en mejor situación. La otra parte de la pareja, por su parte, podrá servir de gran ayuda dejando claro a la otra persona qué es lo que siente y qué es lo que necesita. De ambas labores, la primera sí parece ser útil en casi cualquier momento de la relación, sin embargo, la segunda puede convertirse en algo muy insidioso si se vuelve algo repetido en exceso. En otras palabras, el prestar atención al otro es algo fundamental, el contarle al otro lo que sentimos, en cierto grado puede ser muy beneficioso para la pareja, pero si esto último se convierte en algo frecuente, es muy probable que pase de ser una ayuda a un perjuicio.
Cuando alguien ofrece sus emociones al otro para plantear lo que siente y, de alguna manera, hacerle llegar lo que necesita, suponiendo que se hiciera de tal manera que no denotase ser ningún tipo de imposición y que, por lo tanto, el receptor del mensaje no pudiera sentirse atacado, puede ser una acto liberador para la persona que envía el mensaje cuando esta percibe que este llega a buen puerto. Dicho de otra manera, la persona que plantea su dolor al ser querido y percibe que el otro se pone en su lugar y se mueve para evitar su sufrimiento sentirá que este acto de comunicación lo une más con su pareja. Sin embargo, si esto no es así, si lo que llega a la persona doliente es que el otro no capta el mensaje o es indiferente a él, esta tendrá sensaciones relacionadas con el alejamiento, el poco cariño, la desafección,... Pues esto último es lo ocurre en aquellos casos en los que uno ha de recurrir continuamente al acto de expresar lo que siente con la intención de que el otro se mueva. Si al que emite un mensaje que, para él, es claro, le llega que este es desatendido, no le cabrán otras sensaciones e ideas que las que tienen que ver con el hecho de que el otro está ignorando lo que tiene que decir y que, por lo tanto, no es de su interés.
En resumen, contar a nuestra pareja lo que nos daña de él o ella es algo positivo siempre que no deba ser llevado a cabo en exceso. Llegado a este último nivel, ya no es herramienta válida y solo es fuente de mayor frustración. De igual forma, pedirle a nuestro ser querido que haga esto continuamente no tiene ningún sentido y no hará más que acrecentar el distanciamiento. Así, sin verdadera escucha y empatía, no hay herramienta válida en sí misma.
Autor: Juan Antonio Alonso