Dejar atrás un problema entre personas que sienten algún vínculo afectivo no puede hacerse mediante el silencio. Entre hermanos, amigos, padres e hijos, miembros de la pareja,..., los conflictos aparecen muy a menudo, es común discutir, decir palabras dolorosas o hacer cosas hirientes. Por eso, es necesario buscar la fórmula para que el malestar pueda digerirse y que, además, de paso a una mejor relación. En esto, sin duda, el actuar como que no pasó nada, lejos de ayudar, suele alargar innecesariamente el sufrimiento, más impedir un crecimiento.
Cuando dos personas que se aprecian se atacan, ambas sufren, pues quien se supone que es un aliado y que debe ayudar a conllevar la vida más fácil, por momentos pasa a ser el origen de los problemas. Así, el enlace emocional que normalmente es fuente de calma y bienestar aquí pasa a ser de dolor. Cuando los contendientes se sientan a hablar del problema y se llega a un punto en el que los dos se dicen mutuamente "te aprecio y no quiero que sufras", lo que esto está haciendo es retornar al estado normal en el que el que cuida está ahí para eso. Sin embargo, los silencios sólo sirven para perpetuar la idea de "sigues siendo mi enemigo".
Obviamente, no se trata de decir literalmente lo señalado, lo cual, aunque muy válido en caso de hacerse, puede llevarse a cabo de muchas otras maneras: un perdón sincero, una apertura en la que se cuente lo que realmente se siente y se invite al otro a hacer lo mismo, un ofrecimiento explícito de ayuda para restaurar cualquier daño, etc. Lo importante aquí no es tanto el mensaje explícito, sino la carga emocional que este conlleva. En definitiva, como ya se señala, se trata de hacer saber y sentir al otro que lo queremos, que deseamos que esto siga siendo así y que anhelamos profundamente que el otro haga lo mismo.
Autor: Juan Antonio Alonso.