El que una persona esté conforme consigo misma, que realmente conviva con ella de una manera pacífica y armoniosa, es algo bastante poco habitual. Es muy común el quejarnos de partes de nuestro cuerpo que no nos gustan, de circunstancias vitales que detestamos e incluso de nuestra propia forma de actuar ante diferentes situaciones. Así, usual es encontrar personas en cualquier gabinete psicológico que sufren porque se enfadan más de lo que a ellos les gustaría, por ser menos ordenadas de lo deseado o por no saber decir que no cuando se supone que deberían hacerlo. Es más, muy a menudo esta es la fuente principal de consulta, el no aceptar reacciones y comportamientos que derivan de emociones, pensamientos e impulsos que aparecen de forma casi continua a lo largo de la vida y que, además, es posible que se hayan intentado modificar repetidamente sin ningún éxito.
Es algo obvio que no todos nos actuamos de la misma manera en un entorno similar. Así, por ejemplo, es muy posible que en un momento complicado como podría ser una ruptura amorosa, la pérdida de un trabajo o padecer ruina económica, mientras que algunas personas podrían reaccionar con estrés, otras lo posiblemente lo harían débilmente y otras de una manera más activa y equilibrada. Es claro que no todos vivimos las mismas situaciones de igual modo, que nuestro cerebro generará emociones, pensamientos y patrones de actuación distintas a las de otras personas. A todo este conjunto de fenómenos psicológicos, arraigados y que, aunque con cierta evolución, nos acompaña a lo largo de la vida, es a lo que conocemos como personalidad, la cual conforma la base de todo lo que tenemos en nuestra mente y sobre la que se asientan otras realidades psicológicas.
El ser capaces de diferenciar que parte de lo que experimentamos es parte de este patrón tan propio de otras ideas con las que también convivimos, pero que no son propias de esta parte de tan difícil modificación, nos puede ayudar a distinguir aquello que sí podemos cambiar y que, por lo tanto, es sano plantearnos trabajar en ello, de lo que forma parte de nuestra personalidad y que, por tanto, aunque pueda ser matizado, no se podrá llevar a un lugar totalmente diferente.
Siguiendo el modelo más conocido, el de Los Cinco Grandes, podemos determinar que todos tenemos unos rasgos o características de personalidad que se expresan en un grado que nos es igual en cada individuo. Así, por ejemplo, siguiendo los ejemplos del principio, según este modelo, que el perfil de un hombre o mujer muestre más o menos neuroticismo indicará que estos, con mucha probabilidad, reaccionaran a las situaciones complicadas planteadas arriba con o sin equilibrio. Existiendo, como aquí se puede ver, formas proporcionadas y deseadas de personalidad y otras que no lo son.
Lo último suele tener una gran implicación. Como es obvio, al vivir todos en un entorno social, adquirimos creencias de lo que es aceptable y de lo que no, de lo que debería ser o no y, consecuentemente, de lo que nos gustaría ser o no. De manera lógica, cuando encajamos con esos ideales, no hay problema alguno; pero, sin embargo, cuando nos alejamos de ellos sí pueden venir determinadas dificultades. Así, es muy común atacarnos a nosotros mismos por no poder asemejarnos a ese estándar con el que entendemos que debemos de cumplir y que, de intentarlo y no lo lograrlo, aumentamos el sufrimiento, no solo por no ser así, sino también por el hecho de no ser capaces de alcanzarlo.
Como muy probablemente se puede concluir, el único camino para no caer un bucle de dolor añadido al que ya proviene de la propia vida es conocernos mejor y aceptar esas partes nuestras que, aunque no nos gusten, son así y que, a pesar de poder ser modificadas en alguna medida, nunca lograrán ser cambiadas de forma radical. A la vez, ese mirarnos tal cual somos también nos permitirá descubrir esos otros trozos mentales que no forman parte de nuestra personalidad y que provienen de lo que nos han dicho que debe de ser. Esto último nos conduce por un camino diferente, pues estos sí pueden ser dejados a un lado y, por lo tanto, con ellos sí se puede hacer un trabajo muy fructífiero.
Autor: Juan Antonio Alonso.
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