Todos precisamos estar en contacto con otros para poder sobrevivir. Nuestra especie necesita que sus miembros conecten entre sí para desarrollarse y prosperar. Además, el humano, a diferencia de demás seres, posee mente. Como consecuencia de esto último, las relaciones entre personas son mucho más complejas que las que pueden darse entre diferentes miembros del reino animal. En estas, es esencial la manera en la que cada uno se enfrenta a su propia psique y también a la ajena, lo que es estudiado por la psicología a través de diferentes realidades. Dos de ellas destacan y son examinadas en este artículo. De forma más específica, aquí se ofrece una descripción de los conceptos mindfulness y apego adulto, más una reflexión sobre como conectan entre sí, para lo que se usa, como apoyo, los resultados que arroja un amplio análisis llevado a cabo por Stevenson, Emerson & Milings (2017).
El primer término nombrado, mindfulness, puede ser usado en diferentes variantes. En ocasiones hace referencia a un proceso psicológico que nos permite prestar atención, sin enjuiciar, a lo que ocurre en el momento presente en nuestra mente y fuera de ella. Se suele usar también para describir a un conjunto de técnicas que nos facilitan el desarrollo de la capacidad señalada. Aquí, sin embargo, prestamos atención a otra manera de abordarlo, la que, lógicamente, guarda estrecha relación con las anteriores. Tratamos el término cono un rasgo o característica de la personalidad y, por lo tanto, como algo definitorio de nuestro modo de enfrentarnos al mundo.
Mindfulness, entendido desde la última de las acepciones, se puede dividir en cinco dimensiones: observar, describir, actuar con conciencia, no juicio y no reacción. Con otras palabras, hablaríamos de un estilo o patrón en el uso de nuestros pensamientos y sentimientos, de los atribuidos a los demás y del resto de la realidad circundante, en el que, tras ser conscientes de todo ello, seríamos capaces de etiquetar o dotar de nombre y significado a lo percibido y de responder escogiendo voluntariamente la conducta más apropiada. Esto último implica un proceso de distanciamiento con lo observado que permite interactuar con ello de una forma reflexiva, sin apego a creencias o valoraciones prefijadas.
El segundo término esencial en este texto es el de apego, el cual, en el ámbito psicológico, puede tenerse por el patrón de pensamientos, sentimientos y conductas que el sujeto despliega al relacionarse con otros con los que tiene una vinculación especial, los que, de algún modo, cumplen funciones que tiene que ver con la protección y la satisfacción de necesidades físicas y psicológicas.
Las personas con las que se establece la conexión de la que nos habla este último concepto son diferentes en la infancia y en la adultez. En la primera etapa de la vida nos enlazamos fundamentalmente con nuestros cuidadores, normalmente padres; sin embargo, conforme maduramos, la pareja pasa a ocupar un lugar predominante. Otras figuras como hermanos, amigos, compañeros,…, también tienen una fuerza considerable dentro de la red de interacciones importantes del individuo.
En aquellos casos donde alguien ha experimentado relaciones cercanas y fiables, este suele desarrollar lo que se conoce como apego seguro. Cuando se ha vivido en un ambiente en el que los demás han estado disponibles inconsistentemente, se tiende a desplegar un estilo inseguro que se conoce como apego ansioso. Este se caracteriza por reacciones intensas destinadas a buscar el vinculo y la protección, excesiva sensibilidad a las señales de abandono y numerosas rumiaciones mentales ante cualquier problemática. Si las experiencias de conexión han sido dominadas por el rechazo o la indiferencia, lo que se suele dar es un estilo inseguro evitativo, en el que el sujeto rechaza la proximidad del otro, niega la necesidad de vinculación y camufla las señales de vulnerabilidad.
Para estudiar qué pueden tener en común ambas realidades psicológicas, los autores nombrados en el primer párrafo llevaron a cabo un amplio análisis de 33 estudios, donde se valoraba la influencia de los conceptos señalados en diferentes tipos de población. Tras analizar la relación entre mindfulness y ambos tipos de apego inseguro, se encontró que a mayor nivel del primero, menor nivel de los otros y, en el caso del ansioso, con mayor fuerza aún. Expresado en distintos términos, las personas que mostraron mayor capacidad para relacionarse con ellas mismas conscientemente y distanciándose de juicios no útiles, en su mayoría, no lo hicieron con los demás en un estado de alerta excesivo ni tampoco con indiferencia y desconexión.
Al amparo de los resultados mencionados, podemos aventurarnos a predecir que quien es inseguro en su relaciones sociales también lo es con él mismo. De otra manera, aquel capaz de observar e interactuar con sus pensamientos flexiblemente, normalmente hará algo similar con sus seres queridos. Esto nos sugiere que la forma en la que nos enfrentamos a nuestras emociones y pensamientos es bastante parecida a la que usamos para hacerlo con aquellos con los que establecemos vínculos importantes. Consecuentemente, es razonable pensar que ambas partes son esenciales para un desarrollo óptimo de la personalidad y que el hecho de que alguien esté cómodo consigo mismo implicará que, con mucha probabilidad, también lo estará con el resto y a la inversa.
Lista de referencias.
Stevenson, J.C., Emerson, L.M., Milings, A. (2017). The Relationship Between Adult Attachment Orientation and Mindfulness: a Systematic Review and Meta-analysis. Mindfulness (N Y), 8(6), 1438–1455. doi: 10.1007/s12671-017-0733-y
Autor: Juan Antonio Alonso