El bienestar y la felicidad hacen referencia, en sus acepciones más utilizadas, a realidades prácticamente similares. En ambos casos hablamos de una experiencia subjetiva agradable que indica a la persona que las cosas van bien; en otras palabras, que su estado físico y mental son los correctos. Los dos términos encuentran sus opuestos en la tristeza y el malestar, los cuales, de manera obvia, indican la experiencia contraria; aquella que señala que no se está en el estado en el que gustaría estar. Ahora, a pesar de que estos conceptos parecen bastante claros, si se profundiza un poco en la cuestión esta resulta ser mucho más compleja. Así, son habituales las ocasiones en las que una persona puede tener complicado discernir si realmente está experimentando la ansiada felicidad, conocer las fuentes para llegar a ella, vivir esta a la vez que la infelicidad, etc. Siguiendo esta idea, se intenta llevar a cabo en este artículo un breve análisis del bienestar como realidad que engloba diferentes elementos y que, por lo tanto, no debe tenerse como concepto apto para ser descrito en términos de una entidad única.
Iniciando la tarea, comenzamos señalando que el hablar de felicidad es hacerlo de la congruencia entre algo que debería ser y que en el momento es. De otra manera, siempre existen necesidades, anhelos, deseos, procesos mentales, acciones, objetivos, valores, etc., satisfechos, alcanzados o desarrollados. Por tanto, cuando nombramos al bienestar, describimos el hecho de vivir una realidad coherente con aquello que nos marca la biología, las estructuras mentales, nuestros valores personales, la cultura, la espiritualidad, etc.
Continuando con la cuestión, además de congruencia, queda claro que las realidades en las en que esta se dan son múltiples. Dicho de otra forma, resulta poco o nada creíble que alguien pueda sentirse feliz en algo concreto y que, con esto, ya pueda interpretar que ha alcanzado el bienestar. De hecho, la mayoría de personas están implicadas en diferentes ámbitos vitales y, consecuentemente, tiene varias facetas en las que poder y necesitar buscar la nombrada coherencia entre lo que debería ser y es. Poniendo el ejemplo de un trabajador medio, podríamos ver que este, además de implicarse en objetivos profesionales concretos, necesitará cubrir unas necesidades básicas de vestido y alimentación, estará implicado en la crianza de sus hijos, se esforzará en sus relaciones de pareja, se implicará con sus amistades, etc.
La complejidad también es observada en lo se podrían considerar diferentes niveles o grado de desarrollo evolutivo que se necesita, a nivel de especie y de persona, para poder alcanzar unas formas de bienestar u otras. Así, podemos ver que esta puede encontrarse en una gradación que va desde lo puramente biológico hasta lo más sublime y espiritual. Poniendo ejemplos, una persona podría ser feliz al satisface sus necesidades físicas de alimentación, pero también cuando ayuda a salvar un bosque de encinas a punto de ser talado o cuando se encuentra consigo mismo en un retiro espiritual. Al respecto, los niveles más bajos se sustentan en estructuras cerebrales primitivas y los altos en otras más novedosas en cuanto a la evolución de las especies. Especificando, la satisfacción de necesidades básicas está relacionada con partes encefálicas que compartimos la mayoría de especies animales, mientras que en un nivel algo superior encontramos otros impulsos más evolucionados como el deseo sexual, el miedo, la tristeza,…, soportadas por zonas del cerebro que sólo compartimos con los mamíferos; situándose, más allá, las partes biológicas puramente humanas que soportan la mente y que, al interactuar con las otras estructuras, crean situaciones de felicidad mucho más elaboradas como el propósito de vida, los valores, la paz interior, la espiritualidad,…
Al ver todo esto en perspectiva, parece que conforme avanzamos hacia niveles de mayor complejidad, el logro del bienestar necesita de acciones más continuadas y deliberadas; pero que, a la vez, tienen un carácter de aumento progresivo y de una coherencia más global. Así, cuando hablamos de satisfacción de necesidades muy básicas, por ejemplo, podemos satisfacer el hambre ahora, pero no mañana e, igualmente, cubrir esta, pero no la necesidad de vestido. En el otro extremo, consideremos una persona que, tras una vida de trabajo personal y social intensa, ha desarrollado la experiencia de ser buen padre, vecino, ciudadano y que, además, se siente conectado con una realidad superior espiritual que lo une a toda la especie humana. En el último caso se podría hablar de un bienestar integro, no parcial y, además, resultado de una acumulación y suma de diferentes partes a lo largo de un desarrollo vital; en el primero, sin embargo, hablamos de sensaciones intensas, pero momentáneas y circunscritas a aspectos concretos.
Sin más, se cierra este artículo arrojando una corta, pero clara idea; una vida centrada únicamente en el logro de los niveles más básicos de bienestar tiene poco sentido para la especie humana; por nuestro propio equipamiento biológico deberíamos intentar alcanzar una alta gradación. Por tanto, parece claro que para ser personas realmente felices debemos desarrollarnos en diferentes ámbitos y de una manera progresiva, para lo que existen diferentes hábitos y prácticas físicas, mentales y espirituales que pueden ayudarnos en dicha tarea.
Autor: Juan Antonio Alonso.