Los humanos compartimos con muchas de las especies la capacidad de emocionarnos y, consecuentemente, gran parte de las funciones que esta conlleva y de las estructuras biológicas la sustentan. Tanto para unos como para otros, las emociones son una ayuda esencial a la hora de poder adaptarnos al ambiente en el que se desarrolla nuestras vidas; podría decirse que estas actúan en forma de radar o mecanismo biológico que lee lo que ocurre fuera y dentro de nuestro cuerpo para provocar reacciones rápidas que permiten una actuación ajustada a lo que es detectado. Aún así, aunque personas y muchos otros seres vivos tenemos, dentro de este ámbito, numerosos aspectos en común, en nuestro caso, todo es más complejo. El objetivo de este artículo no es otro que describir brevemente las similitudes y diferencias entre hombres y otros animales en el uso de este increíble sistema de interpretación ambiental que son las emociones.
En primer lugar, es útil señalar que las personas tenemos la mayor parte de estructuras que sustentan las principales emociones alojadas en una zona anatómica compartida con el resto de mamíferos; de hecho, esta suele conocerse como cerebro mamífero por su gran similitud entre todas las especies de esta clase. Pero, en nosotros, además, otras partes más complejas intervienen en la forma en la que interpretamos y usamos las emociones; en concreto, el también conocido como cerebro humano o neocortex. Este último se caracteriza por sustentar gran parte de las funciones más evolucionadas del ser humano como el pensamiento y gran parte de los procesos psicológicos que permiten su uso en forma de razonamiento, planificación, autoconciencia, pensamiento consciente,…
La parte compartida por hombres y mamíferos recibe estimulación desde el mundo externo a través de órganos sensoriales como ojos, oídos, etc., y, mediante determinadas vías nerviosas, de lo que ocurre en el propio cuerpo. Esa información, según su interpretación, provocará reacciones emocionales en forma de miedo, tristeza, ira, alegría, asco,…, determinando estas, de manera automática, reacciones fisiológicas que, a su vez, predispondrán a la expresión de determinadas conductas. Así, por ejemplo, en el caso de que nuestra visión y olfato perciban un incendio cercano es muy posible que nuestro sistema emocional reaccione enviando una señal de miedo, a la vez que acelere la respiración y la frecuencia cardíaca y, consecuentemente, nos predisponga para correr en la dirección opuesta al fuego.
Los humanos, a diferencia de los animales, cuentan con un tipo de conducta especial, el pensamiento, el cual hace que el uso del sistema emocional sea enormemente más complejo en nuestro caso. Así, mientras animales y personas respondemos a estímulos ambientales externos e internos, nosotros, además, respondemos a la mente. En otras palabras, podemos emocionarnos con pensamientos de la misma manera que lo hacemos con eventos que experimentamos fuera y dentro de nosotros. Esto tiene sus ventajas desde el punto de vista evolutivo, pues permite reaccionar ante eventos que no son reales sin necesidad de experimentarlos; así, por ejemplo, somos capaces de no ingerir determinadas sustancias porque conceptualmente sabemos que son peligrosas, evitando, por tanto, el peligro de probarlas. Otro caso prototipo en el lado positivo sería el poder disfrutar de un buen libro, película, obra de teatro,…, sin necesidad de experimentar realmente lo que se nos ofrece en forma de ideas. Pero, por supuesto, esta capacidad de emocionarnos con lo que pensamos también tiene su lado oscuro; así, gran parte de los problemas mentales aparecen precisamente por esta razón, por responder a pensamientos en términos de realidades. Ejemplos de esto podríamos encontrarlos en aquellos que responden a la idea de poder tener determinada enfermedad como si esta estuviera presente, cuando alguien actúa como si no fuese hábil para hacer determinadas cosas porque en su mente se encuentra el pensamiento de que él o ella no sirven para ello, en los casos en los que las personas reviven recuerdos negativos como si fuesen realidades de forma recurrente, etc.
En el caso de las personas, a diferencia del resto de seres vivos, el sistema emocional no sólo responde a la mente en términos de conducta motora, sino que, además de esta, produce conducta mental. Así, mientras los animales limitan la conducta predispuesta emocionalmente a acciones físicas o comunicativas estereotipadas, los humanos podemos generar pensamiento. Muestra de esto podemos encontrarla en el mundo de la expresión artística, donde son numerosas las obras producidas impulsadas por las emociones que experimenta el artista ante determinadas circunstancias vitales. La parte positiva es el enorme uso que los seres humanos hacemos de esta capacidad para mejorar nuestras vidas en forma de disfrute, deleite, inspiración,… El lado negativo es la retroalimentación que estas mismas conductas pueden aportar en forma de nuevo estímulo que, al ser tenido por realidad, genera un nuevo malestar; el cual, debido a su propia naturaleza intangible, hace difícil su control y, por lo tanto, puede conducir a bucles mentales y emocionales generadores de múltiples problemas psicológicos.
En definitiva, tanto para humanos como para otras especies, este sistema cumple una función muy importante como intérprete del mundo que nos rodea y como impulsor de respuestas rápidas y eficaces. Sin embargo, en nuestro caso, al generar las emociones un material mental que, a su vez, puede conducir a la producción de otras emociones, hace que el uso de este radar biológico se complique mucho más. Así, aunque este puede llevarnos a generar, además de respuestas básicas similares a las del resto de animales, otro conjunto de conductas mucho más ricas y satisfactorias como las expresiones artísticas, relaciones humanas intensas, producciones creativas,…, también puede conducirnos a graves problemas psicológicos derivados de responder como hechos reales a cuestiones mentales que no siempre coinciden con lo que nuestro entorno físico realmente nos requiere.
Autor: Juan Antonio Alonso