Si preguntamos a cualquier persona cuál es la característica de la especia humana más significativa, aquella que la hace diferente de las demás, esta nos nombrará con mucha probabilidad cosas como la capacidad de pensar, la razón, el tener ideas, la inteligencia o algo similar; ocurriendo algo muy parecido si ahondamos en cualquier obra de filosofía, religión, ciencia, arte,…, que trate dicha cuestión. Así, la importancia de los pensamientos y, más aún, las diferentes formas de uso de estos, parece escapar de la duda en cualquiera de los ámbitos en los que esta se plantee. Consecuentemente, resulta de sumo interés el entenderlos en la mejor manera posible y, sobre todo, el conocer aquellas cuestiones clave que nos conducirán a que su uso sea el correcto. En línea con la inquietud planteada, este artículo presenta una breve descripción y análisis de los asuntos nombrados con el ánimo de arrojar luz sobre ellos y, por lo tanto, ayudar a su entendimiento.
Para comenzar, resulta útil introducir lo que se entiende por pensamiento; el cual, para Wilson y Luciano (2009), es lenguaje y, por lo tanto, fruto de la capacidad humana por relacionar. El ser humano es una especie que encuentra útil enlazar cosas entre sí, haciéndolo a través de la conexión entre determinadas características de la realidad como la forma, el color, el tamaño, etc., o de una manera totalmente arbitraria; es decir, basándose en criterios independientes de determinados aspectos relativos a la naturaleza de los objetos relacionados. Así, por ejemplo, nuestra especie puede conectar cosas que, en principio, no tienen nada que ver entre sí como, por ejemplo, la palabra perro y el propio animal, o la palabra perro y la palabra collar, de estas con los mismos objetos, de todo esto con otras ideas como la oposición al maltrato animal, etc. Además, estas relaciones no solo se centran en los elementos propiamente dichos, sino que también conllevan un traspaso de la función de estos: por ejemplo, si la palabra maltrato la relacionamos con las acciones violentas y, por lo tanto, con el dolor físico, esta misma y todo lo que relacionemos con ella nos producirá aversión. Esta última forma de establecer relaciones, propia del ser humano, es la que da lugar a lo que conocemos como lenguaje y mente.
Definido el origen de lo que entendemos por pensamiento, resulta interesante remarcar la idea de que los estos conforman nuestra mente y que están presentes de forma casi continua en nuestras vidas. Algunas veces los usamos voluntariamente, por ejemplo, cuando necesitamos resolver un problema práctico y nos proponemos buscar las mejores opciones de solución de manera deliberada: planificar un viaje, cocinar, organizar nuestras finanzas, etc. En otras ocasiones, sin embargo, estos hacen su aparición de manera automática o no voluntaria; en otras palabras, sin nosotros escoger pensar en lo que pensamos. Estas dos formas coexisten con mucha frecuencia, siendo el pensador consciente de su propio pensamiento en algunos casos e inconsciente en otros.
Los pensamientos podemos usarlos de dos formas o contextos diferentes; la primea de ellas, la usada con mayor frecuencia, es la que podemos conocer como “modo solución de problemas” o como uso en un “contexto de literalidad”. Según Hayes y Strosahl (2014), en esta forma usamos el conocimiento de un modo el que el pensamiento es vivido como algo exacto, literal,…, siendo esencial a la hora de dar razones, contar historias, dar sentido o resolver problemas; uso este último, el más útil y frecuente. La otra forma en la que podemos usar los conceptos es desde la interpretación no exacta de estos, desde una distancia que nos permita observarlos simplemente como material verbal, sin necesidad de usarlos con un fin alguno.
La primera forma de usar los pensamientos es muy útil para enfrentarnos a la realidad y para resolver cualquier cuestión práctica que tenga solución, por ejemplo, si tengo hambre y he de pensar que puedo hacer para dejar de tenerla. Sin embargo, es muy perjudicial cuando la usamos en situaciones en las que intento de solución conlleva un empeoramiento de la situación, en los casos en los que lo que se intenta controlar no depende de reglas controlables, si el control nos lleva a forma insanas de evitación, cuando lo que se intenta cambiar algo no cambiable y en aquellas situaciones en las que el esfuerzo realizado para perseguir un objetivo concreto contradice eso mismo que se busca (Bach & Moran, 2008).
El otro modo de uso del pensamiento es de manera desliteralizada o defusionada. Es decir, observar al pensamiento sólo como eso, material verbal que puede ser tratado desde la distancia, sin necesidad de resolver ni controlar nada. Este, el cual exige consciencia por parte del pensador, se muestra muy útil, más bien necesario, en las situaciones en las que el “modo solución de problemas” no sirve. Podría decirse que este modo o contexto nos permite evitar entrar en un proceso de razonamiento inútil y perjudicial y, de ese modo, poder tener una visión privilegiada que nos posibilita el discernir con mayor claridad las diferentes opciones de pensamiento y de realidad y, de ese modo, poder flexibilizar nuestras elecciones.
Lista de referencias.
Bach, P.A & Moran, D.J. (2008). ACT In Practice. Case Conceptualization In Acceptance & Commitment Therapy. Oakland, CA. New Harbinger Publications
Hayes, S. Strosahl, K Y Wilson, K. (2014). Terapia De Aceptación Y Compromiso. Proceso Y Práctica Del Cambio Consciente (Mindfulness). Bilbao. Desclée De Brouwer.
Wilson, K. y Luciano, M.C. (2009). Terapia de aceptación y compromiso (ACT). Un tratamiento conductual orientado a valores. Madrid. Pirámide.
Autor: Juan Antonio Alonso