La mente humana es, sin duda, la herramienta o capacidad más característica de nuestra especie. Esta nos permite desarrollar y usar tecnologías de gran complejidad, crear obras artísticas de gran valor, inventar formas de comunicación de una riqueza y variedad no encontradas entre las demás especies animales, etc. Pudiéndose continuar, si así lo deseásemos, una enorme lista que recogiese las enormes ventajas que le han supuesto a nuestra especie el poseer esta gran cualidad. Pero, por desgracia, el precio que a veces hemos de pagar por poseer este gran conjunto de cualidades es también muy alto: estados ansiosos, depresivos, obsesiones, insatisfacción y un sinfín de problemas psicológicos que atenazan la vida de gran parte de la población humana.
La psicología moderna tiene identificada una de las principales causas por las que la mente no siempre es nuestra gran aliada o, en otras palabras, por la que esta pasa a convertirse en nuestra gran enemiga. El término técnico usado para describir el proceso por el que sucede esto es el de fusión cognitiva; el cual podría describirse en forma más sencilla como el creernos a pies juntillas lo que nos dice nuestra mente, el tomarnos demasiado en serio todo lo que esta nos indica o, simplemente, no ser capaces de diferenciar entre nuestras ideas o creencias y lo que la realidad nos exige. Por tanto, diremos que estamos fusionados o que una persona está fusionada con sus pensamientos cuando los contenidos mentales de esta guían su conducta de una forma más intensa de lo que lo hacen los eventos del ambiente que la rodean.
Par entender esto de una manera más sencilla, resulta de suma utilidad hacer uso de la clasificación que hacen Strosahl, Hayes, Wilson & Gifford (2004), citados en Bach & Moran (2008) de las cuatro formas de fusión que pueden ser observadas en los seres humanos.
Según estos, una manera en la que una persona puede quedar fusionada es hacerlo con las evaluaciones de determinados eventos. Por ejemplo, imaginemos que alguien llega a valorarse a sí mismo como pervertido sexual debido a que en ocasiones se excita al ver a una vecina que está casada. Además, pongámonos en el caso de que para esta persona un pervertido sexual sea alguien indigno y sucio que no merece vivir. La probabilidad de que este se sumiese en una gran desesperación y un estado depresivo sería altísima.
Otro modo en la que las personas son víctimas de los pensamientos es cuando se fusionan con la imagen tóxica de determinados eventos dolorosos. Fijémonos aquí en lo que suele ocurrir con aquellos que han vivido acontecimientos con una fuerte carga emocional como guerras, accidentes, muertes de seres queridos, etc. y que, debido al dolor que les provocan los recuerdos, recurren a conductas extremas como forma de evitación: consumo abusivo de drogas, autolesiones e incluso suicidio.
La tercera forma en la que podemos sufrir los envites de la mente por el hecho de creerla en exceso es fusionándonos con relaciones arbitrarias que forman nuestra historia. Por ejemplo, consideremos a una persona que se tenga por un trabajador incansable y que, por circunstancias, vea mermada su condición física debido a una enfermedad. Si esta persona está muy fusionada con la idea de tener que rendir al máximo sin recibir ningún tipo de apoyo, podrá llegar a rechazar cualquier tipo de ayuda y, por lo tanto, dañarse aún más.
La cuarta y última manera de fusión que describen los autores señalados es aquella que se produce con un pasado o futuro conceptualizado. Imaginemos aquí a alguien que es abandonado por su pareja y que queda agarrado a la idea de que ya no encontrará otra y que, de ese modo, no podrá formar una familia y que, de igual manera, su vida no tendrá ningún sentido. Este podría reducir su vida social, limitar sus contactos con personas que potencialmente podrían ser su pareja y, de forma consecuente, cada vez se alejaría de lo que para él es importante.
Como se deja ver en la descripción de estas cuatro formas de fusión, esta puede ser muy dañina. Pero, antes de finalizar este artículo, resulta de suma importancia aclarar que existen ocasiones que el hacer caso a lo que dice nuestra mente no es perjudicial y que incluso puede llegar a ser positivo. Por ejemplo, el que yo tenga sensación de sed y actué conforme al pensamiento que surge de esta, el buscar algo para beber, es útil y práctico. De igual manera, si en un lugar veo una señal de peligro y automáticamente aparece en mí una imagen mental relacionada con las consecuencias de desobedecer dicha señal, el hacer caso a dicho pensamiento puede ser vital. Por último, todos hemos podido comprobar lo placentero que es ver una película u obra de teatro de tal manera que entremos tanto en ella que la vivamos como auténtica realidad; en este último caso, lo que buscamos precisamente es el mayor grado de fusión posible.
Lista De Referencias.
Bach, P.A & Moran, D.J. (2008). ACT In Practice. Case Conceptualization In Acceptance & Commitment Therapy. Oakland, CA. New Harbinger Publications
Autor: Juan Antonio Alonso
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