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EL PERDÓN Y SU EFECTO PROTECTOR.

Es cosa común entre la mayor parte de personas de conforman las diferentes sociedades el intentar, en los momentos en los que han de relacionarse con el aquellos que realmente les importan, que sus conductas se acerquen en el mayor grado posible a lo que ellas mismas interpretan como las mejores posibles. En otras palabras, todos, salvo raras excepciones, nos comportamos con nuestros amigos, pareja, hijos, etc. con nuestras mejores intenciones.

Esta actitud de buscar los mejores comportamientos en el momento de la interacción con el otro es algo fomentado de manera explícita e implícita desde el sistema educativo, la familia, el entorno religioso y, en general, desde todos los ámbitos  que sirven como canales de transmisión de valores y normas de convivencia. Así, por ejemplo, a cualquier niño se le suele insistir tanto en el colegio como en su hogar en el hecho de que no debe dañar a los demás, que debe compartir o que debe controlar determinadas reacciones. 

El esfuerzo llevado a cabo desde diferentes lugares por incitar a todas las personas a buscar las mejores intenciones en sus conductas interpersonales parece algo defendible y deseable por cualquier sociedad. Pero, igual de importante y crucial, es tener en cuenta que los errores, disputas, malentendido y muchas otras formas no deseables de comportamiento están ahí y que, por muy buenos propósitos que uno tenga, ser un humano implica la no excelencia; conlleva fallar, errar, dejarse llevar,…

Ante estas situaciones en las que la buena fe falla ¿qué puede hacer el ser humano? ¿Qué puede y debe ser fomentado en nuestra sociedad para afrontar la realidad de que no existe la perfección a pesar de la buena intención? Aquí es donde aparece el perdón, actuando como bálsamo que, no solo puede restablecer pare del daño infligido, sino que, si este es sincero y justificado, ayudará que la relación ente el que lo da y el que lo pide se torne más veraz y reconfortante.

El perdón sincero es la protección que el ser humano tiene contra los males que conlleva la búsqueda de la perfección y el encorsetamiento al que muy a menudo la mayoría de personas se ven sometidas por querer cumplir con unos estándares que muy a menudo les asfixian y que, de dejarse arrastrar por ellos, de manera irremediable les conducirán a la frustración que supone la inevitable realidad de que la forma ideal de comportamiento infalible no puede ser mantenida de manera eterna.

Las personas nos equivocamos y esto es un hecho. Al igual que también es un hecho el que todos podemos postrarnos ante el otro y reconocer que esto es así. Podemos decir <<me he equivocado, soy humano, te pido perdón por el daño causado. Me esforzaré en todo lo que pueda por no volver a hacerlo y, como ser humano, solo te puedo prometerte que pondré todo mi empeño en ello; aunque, como tal es muy probable que vuelva a errar>>.

 

Autor: Juan Antonio Alonso

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