Jesper Juul, reputado terapeuta familiar con numerosas publicaciones dedicadas a exponer sus conocimientos en el ámbito de las relaciones entre padres e hijos adolescentes, en su libro titulado La Pubertad, Cuando Educar Ya No Funciona (Juul, 2012), explica en forma directa y ejemplifica, mediante la transcripción de varios casos, diferentes ideas de mucha utilidad para cualquier padre o madre que se encuentre ante el hecho de tener que relacionarse con algún hijo o hija en proceso de convertirse en adulto y, también, para aquellos que, aunque todavía no hayan llegado a ese periodo, deban cultivar una misma forma de relación con el objeto de que esta sea lo más satisfactoria posible y, además, en previsión de lo que esté por venir.
Una primera cuestión que aborda el autor hace referencia a la primera pregunta que ha de hacerse aquel que entienda que tiene dificultades para entenderse con su hijo. Esta no debe encaminarse a valorar si lo que está haciendo su hijo está bien o mal, sino a intentar a reflexionar sobre el proceso que está teniendo lugar entre ellos. En otras palabras, si la relación entre ambos es la idónea para entender y abordar lo que está ocurriendo.
Una vez los progenitores fijan su atención en la calidad de su relación filial, un aspecto esencial que estos deben explorar es la cuestión de la responsabilidad. Cada día todos nos enfrentamos a múltiples situaciones que requieren tomas de decisiones ajustadas; siendo necesario, para que esto sea posible, que la persona que las afronta se haga responsable de sus actos. En otras palabras, el individuo debe tener conciencia de las consecuencias de aquello que decide y, además, aceptarlas; ya que, de no ser así caerá en una posición muy limitante en la que todo resultado será achacado a los actos de otros y en la que solo le quedará esperar a que esos otros dirijan su vidas. Razón por la que es algo común que los padres deseen que sus hijos sean responsables, que estos se desarrollen como personas capaces de llevar las riendas de su vida.
El problema es que, a diferencia de los adultos, la mayor parte de personas en la adolescencia no está capacitada biológicamente para tener dicha conciencia o responsabilidad de una forma completa; debido a que, atendiendo a diferentes evidencias empíricas, se puede afirmar que los jóvenes tienen dificultades propias del desarrollo cerebral para poder anticipar las consecuencias de sus actos en su totalidad. Creándose así una situación compleja para los progenitores; exigir responsabilidad absoluta no parece lógico e, igualmente, el que se asuma por ellos toda no les ayuda a crecer como personas.
Ante esto, el autor deja claro que no existen fórmulas mágicas y lo único que puede hacer el padre o madre es ayudar al hijo o hija a que estos no carguen con aquello para lo que aún no tienen capacidad, a la vez que se les apoye a hacerlo con aquello para lo que sí tienen; respetando en este proceso la necesidad que estos tienen de experimentar y equivocarse.
Para que esta sea posible los padres cuentan con una herramienta fundamental, la comunicación; siguiente cuestión a tener en cuenta por los padres a la hora de abordar la relación con sus hijos.
Para los jóvenes, aunque a menudo no lo parezca, es muy importante la opinión de los padres; pero, para ser tenida en cuenta, esta debe ser desarrollada por los cauces correctos y en este tema el autor nos ofrece una serie de consejos muy a tener en cuenta. Por un lado, nos indica que el criterio que debe usarse para saber si la comunicación es de calidad es que todos se sientan escuchados y comprendidos; para lo que es necesario dialogar. Debe evitarse la discusión o el monólogo y llegar a un diálogo en el que ambas partes estén abiertas al cambio de opinión; en el que los implicados se esfuercen en escuchar y entender. A la vez, este especifica que, para que este pueda llevarse a cabo, es necesario el uso de un lenguaje personal; una forma de hablar en la que cada uno exprese libremente los sentimientos y pensamientos respecto a la otra persona sin entrar en las críticas y aleccionamientos. Se trata pues, de dejar atrás los sermones en los que el padre o madre ejercen dicho rol, por un ejercicio de escucha y expresión de sentimientos y pareceres en el que las partes implicadas se encuentren en un mismo nivel.
Para finalizar, Juul puntualiza que una buena relación no excluye la existencia de reglas en la familia; sí conllevando que, para establecer estas, se abran espacios de diálogo entre padres e hijos para que todos asuman su responsabilidad en la formación y modificación de estas. Encontrándose la dificultad no en escoger unas normas mejores o peores, sino en construir estas de una manera en la que el joven y al adulto se sientan escuchados y respetados mutuamente. Aplicándose, de igual manera, al momento en que estas se incumplen; debiéndose gestionar comprensión, compasión y empatía y no con sanciones y sermones que solo conducen al distanciamiento.
Lista De Referencias.
Juul, J. (2012). La Pubertad, Cuando Educar Ya No Funciona. Tener Serenidad En Tiempos Difíciles. Barcelona. Medici.
Autor: Juan Antonio Alonso
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