En este artículo se presenta una reflexión llevada a cabo tras la lectura de un apartado titulado los orígenes del sufrimiento según la tradición judeo-cristiana, localizado dentro de un manual de Terapia De Aceptación y Compromiso escrito por Hayes, Strosahl y Wilson (2014). El cual, con mucha probabilidad, debe ser en estos momentos uno de los más utilizado a nivel mundial en el ámbito de la Terapia De Aceptación Y Compromiso.
Los autores hacen uso de la historia del Génesis para explicar como actúa el desarrollo del pensamiento humano y, por tanto, el conocimiento en nuestro bienestar y en nuestra desdicha.
Para estos, cuando Dios dijo a Adán y Eva que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal les estaba advirtiendo de los peligros que tiene adquirir dicha capacidad.
Hasta el momento en el que ambos personajes bíblicos se dejaron engañar por la serpiente y comieron la fruta prohibida estos no se planteaban si lo que hacían o dejaban de hacer estaba bien o era reprochable, solamente se dedicaban a experimentar el momento. Hecho que los autores relacionan precisamente con lo que cualquiera de nosotros pudo experimentar en su infancia o puede observar en la de cualquier menor. Podría decirse pues que Adán y Eva, hasta el fatídico momento de la traición al mismo Dios, se comportaban con la inocencia de los niños.
A partir de que estos adquirieron la capacidad de valorar sus actos y pensamientos como buenos o malos empezó su calvario, iniciándose un camino plagado de grandes sufrimientos: vergüenza por su desnudez, culpa por haber desobedecido a Dios, culpabilización del uno al otro y al maligno. Parecido pues a lo que ocurre en nuestras vidas cuando de manera progresiva nos habituamos a valorar nuestros actos y los de los demás como adecuados o inadecuados, cuando aprendemos a juzgar la realidad, a compararla, a analizarla,… En definitiva, cuando nuestro pensamiento nos conduce a vivir más en la mente y, por tanto, menos en los sonidos de la naturaleza, en la calidez de los abrazos, en el sabor de las ricas frutas, en el gozo de un juego divertido, etc.
Por lo dicho parecería que la inocencia de los niños los protege en totalidad del dolor; lo cual, al revisar nuestra propia historia personal podemos certificar como totalmente irreal. Todos hemos experimentado la tristeza por el juguete roto o por la mascota pérdida, el escozor de una herida, el frío de los días de invierno o el calor en las tardes de verano, la fatiga de las largas mañanas de colegio o el tedio de sus aburridas tareas. Podría decirse que en la infancia sufrimos el dolor que la vida nos dio de manera inevitable; sin embargo, de mayores se crea otro dolor mucho más intenso que el dado de manera natural, nos convertimos en expertos de generar sufrimiento mentalmente a través de nuestros juicios, comparaciones, frustraciones, etc.
Sufrir, por tanto, es algo inevitable y natural; sufrir por cosas que solo existe en la mente es algo evitable y artificial. Algo que, por desgracia, aprendemos a crear a la vez que desarrollamos la herramienta más potente del hombre; el conocimiento. El que nos permite inventar, construir, fabricar, inventar, descubrir, curar, enseñar,… a la vez que nos puede llevar a la insatisfacción permanente, a la desesperanza más intensa y al sinsentido más profundo.
Lista de referencias.
Hayes, S. Strosahl, K Y Wilson, K. (2014). Terapia De Aceptación Y Compromiso. Proceso Y Práctica Del Cambio Consciente (Mindfulness). Bilbao. Desclée De Brouwer.
Autor: Juan Antonio Alonso
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